Memoria

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No, no soy yo...Pero como si lo fuera.

jueves, 25 de octubre de 2007

Las escuelas (I)



Doña Manuela Rojo Valbuena, Maestra Nacional,

llegó a Ambasaguas de Curueño desde Santa Marina

deValdeón y aquí formó su familia. Más bien grande......


Su marido, Generoso, hombre labrador, pero de muy

buen porte, aportaba tres hijos de anteriores

matrimonios.















De momento, nadie sabe decirme dónde estaba ubicada ésta primera escuela. Entendemos que en el mismo lugar en el que están ahora: en la calle de Arriba. Pero está claro quien era la maestra, y al menos unos cuantos de sus alumnos: Era mi bisabuela Manuela, y la pequeñita sentada debajo de ella, mi abuela Fructuosa. También están Fernando (fallecido joven y médico), Sandalio (padre de Yaya), y Dolores (Madre de Generoso), (Hijos de Generoso y Eladia) Pedro, Antonio , José y Antonia.





Del resto de niños de la fotografía, tendreís que irme diciendo....Pensar que la foto data del año 1906-1908 aprox. dada la edad que tiene ahí mi abuela.




Los estudios que se supone debía de tener la Señora Maestra:Las Escuelas Normales



Son centros educativos dedicados exclusivamente a la formación de los maestros. En España, la primera se instauró en 1838 para varones y para mujeres en 1858. Felipe II, en 158, exige que todos los maestros sean previamente examinados y titulados. En 1839 aparece la Escuela Normal Central o Seminario de Maestros, siendo su primer director Pablo Montesino. En 1890 todas las Escuelas Normales pasan a depender del estado.






Ya durante los últimos años del siglo XIX, los maestros habían iniciado un proceso de construcción de un cuerpo profesional homologable a otros funcionarios del Estado. Cuando en 1902 el Estado asumió el pago de sus salarios, los maestros alcanzaron una vieja aspiración: independizarse de los ayuntamientos y recibir puntualmente sus –casi siempre- escasos salarios. A partir de ese momento, el Estado formaba, acreditaba y seleccionaba a los miembros de este grupo profesional.Los aspirantes debían pasar antes un examen inicial de ingreso, aparte de haber realizado los estudios necesarios.Y ya fueran maestros o maestras, tanto de escuelas normales o no, la duración del programa debía de ser de 3 años. A su vez existían dos clases de escuelas normales:
- 1ª clase: los cuales debían tener algunos conocimientos de psicología, trabajo manual y prácticas pedagógicas.
- 2ª clase: un programa menos extenso y de un solo curso de duración. Debían de tener ciertos conocimientos de geografía e historia.






La escuela, participaba de la condición rural: se trataba de una escuela pequeña, adaptada al escaso número de niños que podía proporcionar una población igualmente pequeña, a pesar de las altas tasas de natalidad de aquellos tiempos.La casa-escuela, que tanto servía de aula como de vivienda del maestro, contaba con cuadra y corral como las restantes del pueblo.La situación de principios de siglo es deprimente, ya que las escuelas están ubicadas en lugares cualesquiera, como cobertizos, sacristías, granjas o a lo más en una pequeña construcción de planta baja con techo de teja con una cocina, la habitación del maestro y un aula, como se reconoce en algún decreto oficial de la época
El maestro o la maestra residían por lo general en el mismo, y no era infrecuente que, si bien su origen pudiera ser forastero, acabaran echando raíces, por casamiento o por mera persistencia, entre el vecindario. Los medios materiales no podían ser ajenos a los comunes del mundo rural, desde las mas primarias instalaciones (iluminación, calefacción -estufa y poco más-, saneamiento, - cuando no era el mismo corral-) a las dotaciones didácticas mas estrictas: los libros de texto y de lectura se limitaban a emplear recursos extraídos del entorno más inmediato. Hasta los planes de estudios de la década de los años sesenta, los maestros que se formaban en las Escuelas de Magisterio habían de cursar una asignatura ciertamente significativa a este respecto: Agricultura. La escuela proporcionaba, en definitiva, lo que la sociedad rural pedía, y prácticamente nada más: leer, escribir, las cuatro reglas de cálculo, el catecismo y algo de Geografía y de Historia de España.






Si limitado era el edificio y escasos los medios materiales, la escuela venía a reducirse prácticamente a la dualidad maestro-alumnos. Lo importante, por no decir lo único, era la relación humana que se establecía entre el maestro que enseñaba, ordenaba, preguntaba, y los alumnos que aprendían, obedecían, respondían. Esta superioridad cultural confería a los maestros una autoridad ante el resto del pueblo, a pesar de la precariedad material en que solían vivir y que se reflejaba en el dicho tópico de pasar más hambre que un maestro de escuela. El maestro estaba ligado a su escuela y al pueblo de su destino mucho más de lo que significaba su condición de funcionario; se era maestro las veinticuatro horas del día y las vacaciones eran aprovechadas para completar un escasísimo sueldo con clases particulares a la preparación para el ingreso en el Instituto o en el Seminario. En los orígenes de la institución escolar, sin embargo, la situación de los maestros entraba dentro de la más clara indigencia: era habitual hasta mediados del siglo XIX la figura del maestro ambulante, que enseñaba de pueblo en pueblo lo poco que había aprendido tras algunos estudios religiosos inacabados a cambio de un miserable alojamiento y de un simbólico estipendio, generalmente en especie, proporcional a los resultados del aprendizaje en los desmotivados alumnos.





Puede resultar extraño que hablemos siempre de maestros, en masculino, cuando sabemos que la profesión docente está fuertemente feminizada, y que las maestras son mayoría en los niveles primarios frente a SUS compañeros del sexo opuesto. Pero esto no era así en siglos pasados, especialmente por dos motivos: por una parte el trabajo de la mujer fuera del hogar era, en general, muy poco frecuente, y, por otra, tampoco parecía existir una necesidad social de que las niñas aprendieran en la escuela algo que no fuera las tareas domésticas o los deberes de la buena esposa y madre. ( ¡Adelantada que fue la bisabuela, oyeee! Y con carácter ¿Eh?)





El tiempo en la escuela era tan natural como el de la siega, la cosecha, la vendimia o la matanza. Así que cada año, tras la Virgen de Septiembre, cuando el otoño empezaba a apuntar sus tibios colores y las faenas agrícolas del verano habían concluido, la escuela comenzaba sus trabajos sencillamente porque maestro y alumnos se ponían tácitamente de acuerdo para encaminar sus pasos en una misma y conocida dirección y retomar la rutina diaria: cálculo, lectura, escritura, lecciones de cosas, geografía, historia de España, dibujo, catecismo, historia sagrada, costura y, los sábados, evangelio.






Es evidente que existe la intención de emprender reformas que se reconocen como imprescindibles, pero que nunca se llevarán a cabo en el siglo XIX, hecho que se puede corroborar con la lectura del preámbulo de un Decreto-ley de 1869, en donde la situación descrita sigue teniendo los mismos tintes dramáticos y demuestran claros signos de impotencia en la política presupuestaria de nuestro país. Si bien parecía que, durante la I República, la situación fuera a cambiar, no fue así. De hecho se plantea por primera vez una especie de concurso público de proyectos arquitectónicos para la construcción de escuelas. Se ha de resaltar que la escuela que se idea es una escuela-aula, ya que no existe el planteamiento todavía de escuela-colegio, ni existe el concepto de graduación de la enseñanza. Aún cuando se trate de ubicar varias aulas en un mismo edificio, en ningún momento parece indicarse que éstas corresponderán a distintas clases o grados. Por otra parte, tampoco se define qué forma y qué distribución debe tener el edificio escolar. Sucintamente se cita que, aparte de las salas de clase, debe disponerse de jardín, biblioteca y de la casa-habitación para el maestro.En 1877 nace la Institución Libre de Enseñanza, bajo cuya influencia se crea, por Real Decreto de 6 de mayo de 1882, el Museo Pedagógico Nacional. La actividad y prestigio de los hombres de la ILE conforma el espíritu que emana de todas las disposiciones en materia educativa, tanto durante el periodo de Restauración, como durante la monarquía de Alfonso XIII, y la II República hasta el estallido de la Guerra Civil de 1936.La construcción escolar va a estar inmersa en los conceptos higienistas. En primer lugar por que el país necesitaba tomar este camino, debido a la gran mortandad de su población más joven; en segundo lugar, por que no se podía conjugar el deseo de educar con el olvido en el que se desarrollaban estas actividades; y en tercer lugar la influencia que Europa estaba haciendo sobre nosotros, no por que nos obligara de alguna forma, si no porque las personalidades científicas que volvían del exilio traían 21 consigo esa ambición que en otros países como Francia, o Inglaterra ya hacía tiempo que recogían sus frutos .Y otro gran detalle a tener en cuenta, fue la asunción por parte de la escuela pública, a partir de 1898, del modelo de enseñanza graduada. Al principio de un modo tímido, por falta de recursos, como ha sido la tónica general, pero el énfasis que los regeneracionistas pusieron en su prosecución está del todo justificado, puesto que ese es hoy, todavía, nuestro modelo. La escuela graduada, en resumen, era algo más que la simple elección de un nuevo modelo, a semejanza con del resto del mundo occidental: era la única solución posible y racional con que afrontar el deterioro educativo que se vivía, y así fue el nacimiento de la escuela contemporánea . El aspecto formal de la arquitectura escolar se puede considerar, de manera muy resumida, en dos grandes periodos: desde la ley Moyano (1857) hasta el inicio de la Guerra Civil (1936), y desde la Guerra Civil hasta nuestros días.En el primero, se puede distinguir una etapa que cubre toda la segunda mitad del siglo XIX, en la que los gobiernos de la Restauración no avanzan mucho en la realización de escuelas, ya que es una etapa continuista en cuanto a laudables deseos y malparada situación económica . Cabe reseñar la vuelta de las órdenes religiosas al campo educativo y por lo tanto de la enseñanza privada, lo que se favorece de manera extraordinaria, quizás con la esperanza de que solventaran otros, no el Estado, el problema acuciante de falta de escolarización que sufría el país. Pero es, justamente, en el comienzo de siglo cuando fructifican las ideas de la Institución Libre de Enseñanza y la labor del Museo Pedagógico. Así, el recién estrenado Ministerio de Instrucción Pública emprende la construcción de las primeras escuelas graduadas.