Memoria

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No, no soy yo...Pero como si lo fuera.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

De Bautizos .......... Los niños











Vale que yo aquí ya tenía tres meses y mi abuela me metía ropa por debajo para aparentar más. Pero yo no veo que fuera tan "ruin y pequeñina , una miseria,hija !" como dicen que era.......¿ No será que Anibal exagera cuando dice que yo cabía en la palma de la mano?. Ahora, claro.... Si comparamos con lo "hermosote" que se crió siempre mi hermano.......(el del sombrerito de abajo)


Nacimiento.

Tras el embarazo, llegaba el momento del nacimiento de un nuevo miembro al seno de la comunidad. Raro era el año en que no se producían 8 ó 10 partos en cada pueblo, partos que se presentaban con muchas dificultades para la madre y para el futuro hijo. Malos embarazos, en los que la madre seguía haciendo las labores habituales, ajenas a cualquier cuidado; malas condiciones sanitarias. Todo ello provocaba partos difíciles. Ante el temor que el niño se quedara sin bautizar, se echaba mano del llamado "bautismo de necesidad", que cualquiera lo podía hacer, sobre todo las llamadas comadres, pronunciando las palabras EGO TE BAPTIZO IN NOMINE PATRIS & FILIS & SPIRITUS SANCTI. AMEN, mientras se echaba el agua sobre la cabeza del infante. Si el niño salvaba y se le había bautizado correctamente en casa, El Sínodo de 1.584 mandaba que no se volviera a bautizar, sino que el cura le haga la cruz, algunos "exorcismos, y le ponga el olio y chifma" (Sínodo de 1.584).
Si el niño nacía en buenas condiciones, se debía bautizar en un plazo de ocho días, poniéndole nombres de santos y santas, asistiendo a la iglesia los padrinos, un hombre y una mujer, los cuales tenían en sus manos al niño mientras se le echaba el agua bendita; si se hacía el bautismo por inmersión, lo recibían de manos del cura o bautizante. Hasta avanzado el siglo XVII, se acostumbraba a bautizarlos por inmersión, sustituyéndolo, más adelante, por el de aspersión u oblución, ya que en criaturas tiernas se podían producir roturas en el momento de meterlos en la pila bautismal. El ritual del bautismo por inmersión fue condenado en el Concilio de Arlés, del año 524; si aún se seguía practicando en el siglo XVII era consecuencia del apego del pueblo por sus ancestrales costumbres.
La pila, debía estar en capilla particular, cerrada con llave; donde no la hubiere, tapada con madera y cerrada, guardando la llave el cura del lugar. El día del bautismo, la familia hacía una ofrenda a la iglesia, consistente, en muchos sitios, en una corta cantidad de pan, vino y alguna vela.En algunos lugares estaba extendida la creencia de que si los padres asistían al bautizo del hijo, lo hacían infeliz, por lo que se abstenían de ir. Las madres se quedaban en casa, cumpliendo la cuarentena. Es decir; que para la recién parida, además de un caldo de gallina -a lo sumo un chocolate- y los cuarenta días de reposo, la obligación era asistir a la "misa de la purificación" y recibir la "bendición post partum". A
compañadas del pequeño hijo, llevaban una ofrenda, consistente en una gallina para el cura.

El bautizo

El término griego bá·pti·sma se refiere al proceso de inmersión, es decir, sumergirse y emerger; se deriva del verbo bá·ptō, "sumergir". (Jn 13:26.) En la Biblia, "bautismo" e "inmersión" son términos sinónimos.
El bautizo de los recién nacidos se realizaba al día siguiente de nacer o, como muy tarde, dentro de los tres primeros días. El alto promedio de mortalidad entre los más pequeños y la creencia religiosa de que los niños que fallecían sin bautizar acudían al ‘Limbo’, lo aconsejaban. (Y ahora nos hemos quedado sin ese sitio......¡Jo!...)
La tradición obligaba también a que el nombre del niño para su bautismo se elegía de acuerdo con el santo del día de su nacimiento o con el de uno o varios familiares. Algún día haremos la lista de "nombrecitos" ocurrentes de la zona; los nuestros son "tela"....., pero hay que reconocer que en Cerezales, se llevan primer premio.

El acto religioso tenía lugar en la tarde de un día festivo. En los pueblos del medio rural, el acontecimiento se anunciaba a través de un toque especial de la campana de la iglesia. Se podía llegar a distinguir incluso si se trataba de varón o hembra por sus toques.
Al lugar de la ceremonia se llevaba una jarra con agua, una toalla, un salero y una vela, objetos todos ellos indispensables para el ritual. A la iglesia acudían también los padrinos y la familia del niño, aunque, paradójicamente, la madre permanecía todavía en la cama. De hecho, en el siglo XIX, los padrinos cobraban en el bautizo mucho más protagonismo que los propios padres. Siguiendo esta tradición, el padrino corría con los gastos de la ceremonia, la ‘repelea’, los caramelos , peladillas y las ‘perras’ que se arrojaban a la chiquillería del pueblo a la salida de la iglesia.
Ese día, al niño se le vestía con un atuendo especial, que, dependiendo del poder económico de la familia, podía ser el habitual –cubierto con una mantilla blanca– o el ‘faldón de cristianar’ de buenas telas, bordados, puntillas y gorrito a juego. Esta prenda familiar pasaba de padres a hijos.

Los nombres

El primer lugar al que salía una persona poco después de nacer era a la pila bautismal. La imposición de un nombre propio venia marcado por tradiciones familiares, por el padrino correspondiente, por el cura del lugar,por el santo del día o por devociones particulares de los padres. En cualquier caso, el patronímico designado, siempre tenía entonces connotaciones religiosas, a la búsqueda del amparo y protección que podía tal titulo tener para el pequeño.
Se solía decir ( hasta S. XVIII ¿?) : " Me lo entregaste moro y te lo devuelvo hecho cristiano; se llama...X..... y tiene por abogado a ..... San X..... ; que Dios os dé salud para criarlo en el santo temor de Dios- educarlo cristianamente - . y que honre en adelante vuestra casa ". El apostolado, salvo el nombre de "Judas", servía para para bautizar a la mayor parte de la población.

Primeros cuidados
El cuidado de los niños estaba al cargo de la madre, la abuela y los hermanos, sobre todo de las hermanas mayores, que por ello faltaban con frecuencia a la escuela. En las familias de clases medias y altas se contaba con la ayuda de sirvientes para cuidar a los pequeños.

Alimentación
La lactancia materna se prolongaba habitualmente hasta los dos o tres años. Cuando esto no era posible, y en una época en la que no existían sustitutivos de la leche de la madre o del biberón, se les daba a los niños papillas hechas con harina, leche y azúcar, y más tarde, sopitas de ajo. Cuando la madre no podía dar pecho al recién nacido, se acudía a otra que ya estuviera criando a su propio hijo para que alimentara también a este bebé. En otros casos, cuando el niño moría en el momento del parto, se sacaba a un pequeño de La Inclusa para darle de mamar, que con frecuencia se quedaba en la familia. En ambos casos, se establecía una relación especial entre los pequeños alimentados por la misma madre: pasaban a ser ‘hermanos de leche’.

La higiene
La higiene de la infancia de nuestros abuelos apenas se parece a la de hoy. La carencia de agua en las casas, las costumbres y los escasos medios la dificultaban. Prueba de ello es que en la España de los años cuarenta, mejorar la higiene en los cuidados de los niños era el objetivo de una de las campañas sociales de la Sección Femenina.

Primeras ropitas
A finales del siglo XIX y principios del XX, las primeras prendas de un recién nacido eran:
o De la cintura para arriba:
- Las camisitas. De tela fina y sin costuras, abiertas por detrás con un solo botón, con o sin mangas.
- El jubón. Parecido a la camisa, pero de tela más fuerte –muletón, franela…– abierta por detrás o por delante. También podía ser prenda externa.
- La chaquetita. Se confeccionaba en casa con lana fina. Abrochada por detrás, solía ir a juego con los patucos y el gorro.
- El babero. Se les colocaba alrededor del cuello para proteger el pecho de la humedad de la saliva y de la comida.
- El gorro. Los gorritos y capotas se emplean como abrigo y como complementos de adorno. Se encuentran en todo tipo de tejidos, algunos con abundantes bordados, encajes y cintas.

De cintura para abajo
- El pañal. Tela blanca, suave al tacto, rectangular de unos 70 u 80 cm. Se le colocaba al niño rodeado a la cintura y una punta entre las piernas para evitar escoceduras.
- La mantilla. Prenda exterior, de tela de muletón, felpa o piqué, generalmente blanca, con algún bordado y puntillas. De medidas parecidas a las del pañal y colocada de la misma manera.
- La faja. Tira de tela, de punto de aguja u otros materiales similares, generalmente de color blanco y con un hiladillo cosido en uno de los extremos. Se colocaba protegiendo el ombligo y rodeando la tripita. Su función era ‘enfajar al niño’ con la idea de proteger su cuerpo débil y blando.
- La toquilla. Servía para envolver al niño y podía tener adornos. Si no se disponía de toquilla, se envolvía al niño en una toalla.
- Faldón. Vestidos de más o menos largura y variedad de tejidos. Un faldón especial era el empleado en el Bautismo.

Los primeros pasos
El niño, tras pasar largo tiempo en la cuna, comenzaba a gatear y a dar los primeros pasos.
Para que el cambio no fuera brusco, se utilizaban las andaderas de varas, las polleras de mimbre y los andadores de madera, que posteriormente se elaborarían con otros materiales. Y para tenerlos más seguros mientras las madres realizaban las tareas en el hogar, existían los hornillos, carretones o bretes, lugares donde se les sentaba y se ellos se entretenían con sencillos juguetes.
A la hora de salir a la calle, los coches y las sillas de niño no estaban al alcance de todas familias, por lo que quienes no tenían una buena economía llevaban a los pequeños en brazos, sujetos con un mantón que al mismo tiempo les servía de abrigo.

Vestidos ‘de corto’
Para enseñar a andar al niño había que vestirlo ‘de corto’, habitualmente alrededor de los seis meses después de su nacimiento. Era en ese momento cuando los pañales y mantillas se sustituían por picos, culeros, gasas y braguitas, y los faldones daban paso a vestidos –excepcionalmente, nada cortos, ya que antiguamente casi cubrían los pies.
A finales del siglo XIX y principios del XX, los niños y niñas de esta edad, llevaban los mismos vestidos. Más tarde los atuendos infantiles se diversificaron de acuerdo con las modas de cada momento y con las posibilidades económicas de la familia.
En líneas generales, la indumentaria infantil de los primeros años era ‘en pequeño’, similar a la de los adultos.


La escuela
La escuela, hito fundamental en la vida del niño, no está al margen de los avatares ideológicos, políticos y económicos del país.
En el convulso siglo XIX, la preocupación por la educación se plasma en varios acontecimientos: por una parte, en la aprobación Ley Moyano de 1857, y por otra, en movimientos de renovación pedagógica como La Institución de Libre de Enseñanza (1875). Ambas serán suprimidas por la guerra civil.
La Ley Moyano estableció, entre otras cosas, la obligatoriedad de la primera enseñanza y la gratuidad de la misma para el que no pudiera pagarla. Además, perfila un modelo diferente de aprendizaje para las niñas, a las que se les debía enseñar labores ‘propias de su sexo’, omitiendo asignaturas de ciencias. Un modelo de educación que, con la excepción del tiempo de la II República, permaneció vigente hasta la segunda mitad del siglo XX.
La escuela de los años 1940-50 puso el acento en la vuelta a los valores tradicionales, con un fuerte peso de la Iglesia y de la Falange. En esta época, en la escuela pública se comenzaba a los seis años y se terminaba a los catorce, aunque era frecuente su abandono a partir de los once y doce años para empezar a trabajar.

Las enseñanzas fundamentales consistían en saber leer, escribir y hacer cuentas, además de nociones de geometría, gramática, geografía, historia, ciencias naturales, urbanidad, higiene y religión. Todo ello se recogía en un solo libro, la enciclopedia, más el catecismo.
Los útiles escolares eran muy escasos: carteras y cabás de cartón, pizarra, pizarrín, cuadernos de ejercicios, lapiceros y plumillas. Las niñas, como añadido, debían llevar también lo necesario para las labores de costura.
En esta época, además de la escuela pública, la enseñanza privada –mayoritariamente religiosa– educaba, en sus colegios e internados, a los hijos e hijas de las clases más acomodadas.
A partir de 1970, distintas Leyes Generales de Educación, unidas a los cambios sociales, hicieron que la escuela de nuestros abuelos apenas se parezca a la hoy.


Una infancia robada
Para gran número de niños y niñas, la infancia no fue fácil ni bonita. Unos sufrieron la carencia de la familia, otros la enfermedad, no pocos fallecían y la mayoría tuvo una infancia corta, ya que desde muy pequeños tuvieron que trabajar.
Niños abandonados
La pobreza, los prejuicios sociales o la orfandad hicieron que durante el siglo XIX, y gran parte del XX, las ‘inclusas’ o centros de beneficencia estuvieran llenos de niños abandonados.
Sin embargo, la escasez de medios, los cuidados deficientes, la carencia de afecto y las enfermedades de la época hacían que las posibilidades de sobrevivir en estos centros de acogida fueran muy escasas.

Enfermedad y muerte
En el siglo XIX, el retraso de la medicina, la falta de recursos y vacunas, así como la ignorancia en materia de salud y la falta de higiene eran factores que favorecían la aparición frecuente de enfermedades en la vida de los más pequeños.
Cuando un niño caía enfermo, se solía hacer alguna promesa religiosa, como llevar al pequeño andando a la ermita de la Virgen o del santo protector, o bien que acudiera sólo la madre. A veces se ofrecía un exvoto en el lugar sagrado.
En las primeras décadas del siglo XX, el índice de mortalidad en España era el doble que en Europa. De cada 1.000 niños nacidos, fallecían 120 (un 12%), mientras que el 32% perecían antes de cumplir los cinco años.

Trabajo
En la sociedad rural y tradicional, los niños ayudaban en las tareas de la casa desde que eran muy pequeños, llevaban a sus padres la comida al campo o cuidaban de los animales.
Era frecuente que, sin llegar a terminar la escuela, los pequeños trabajaran a jornal, se fueran a servir o entraran a trabajar en algún taller, en la fábrica o en la mina. La legislación de la época incluso lo contempla y limita la edad para empezar a trabajar a los diez años. ”Los menores de ambos sexos que no hayan cumplido los diez años no serán admitidos en ninguna clase de trabajo”. (Ley de 13 de marzo de 1900. Artículo 1)