Memoria

Memoria
No, no soy yo...Pero como si lo fuera.

domingo, 23 de marzo de 2008

Agua Bendita..... y Resurrección tras las decepciones y el desengaño....

¡Ay, Dios!.
He comido con il mio fratello, il quale io adoro... (sigo con lo de los "idioms") , y me dice que se quemaba en el pórtico de la Iglesia madera de roble para luego encender el incienso en la ceremonia de la Vigilia Pascual y el Agua Bendita. También la sal; por aquello de la Sal de la Vida o algo así...... Pero como a veces se tienen lagunas en la memoria, y hay gente susceptible que en vez de hechar una buena sonrisa, se toma ésto al pie de la letra y no nos corrige sabiamente y con humor ...... Pues el "pesao" de él (y no lo digo por su considerable tamaño....) no me quiere contar cosas por que dice que luego lo "casco", y a lo mejor se equivoca. Que ya pasó y no quiere él que vuelva a pasar....., que no quiere líos.........
¡Jesús!........... ¡Qué más dará!.
¡Bah!........¡Bobin!. ....... Si total.........Mientras no enterremos a nadie antes de tiempo............. Detallito más o menos........


AGUA BENDITA
En la Iglesia Católica, Iglesia Ortodoxa, Iglesia Católica Antigua, Anglo-Catolicismo y otras Iglesias, el agua bendita es el agua que ha sido bendecida por un Presbítero, Obispo, o Diácono para propósitos de bautizo y otros rituales y prácticas religiosas.
Aparte de cualquier otra sustancia que se le pueda agregar al agua mientras se bendice, el agua bendita es indistinguible del agua ordinaria.
http://es.wikipedia.org/wiki/Agua_bendita
AGUA BENDITA
En la liturgia, el agua es un símbolo exterior de la pureza interior.
El agua es esencial para la celebración del bautismo. Significa la limpieza del pecado.
"Este sacramento recibe el nombre de Bautismo en razón del carácter del rito central mediante el que se celebra: bautizar (baptizein en griego) significa "sumergir", "introducir dentro del agua"; la "inmersión" en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo de donde sale por la resurrección con El (cf Rm 6,3-4; Col 2,12) como "nueva criatura" (2 Co 5,17; Ga 6,15)." -
Catecismo #1214
En la Santa Misa, unas gotas de agua se mezclan con el vino para indicar la unión de Cristo y los fieles y la sangre y el agua que brotaron del corazón de Cristo en la cruz.
La bendición con agua se utiliza como signo que nos recuerda el bautismo. Se utiliza en la misa en ocasiones especiales, como la Vigilia Pascual, bodas y funerales.
El agua bendita se utiliza también como sacramental para bendecir personas o artículos.
¿Se puede tomar el agua bendita?

La Iglesia no tiene ninguna instrucción que lo prohíba.Mientras que se haga con devoción
Agua Bendita durante la cuaresma
El agua bendita no se debe quitar ni en adviento ni en cuaresma.
La Congregación para el Culto Divino, Marzo 14, 2000: "No está permitido quitar el Agua Bendita de las fuentes durante la temporada de la cuaresma." Según la congregación, los fieles deben servirse frecuentemente de los sacramentos y sacramentales también en el tiempo de cuaresma. Añadió que la práctica de la Iglesia es vaciar las fuentes de agua bendita para los días del Santo Triduum (Viernes, Sábado) en los que no se celebra la Santa Misa, en preparación para la Vigilia Pascual.
http://www.corazones.org/diccionario/agua_bendita.htm
Juan Bautista (Jn 1,28; 3,26; 10,40) y los discípulos de Cristo solían bautizar en el Jordán (Jn 4,2); Elías divide las aguas al golpearlas con su manto (2 Re 2,8; 13-14); a Naamán se le da la orden de bañarse 7 veces en el Jordán, de suerte que es curado de la lepra (2Re 5,14; cf Lc 4,27). Tampoco ha de olvidarse que Cristo solía bendecir a los niños (Mc 10,16); bendijo a los discípulos en la ascensión (Lc 24,50); bendice el pan en la última cena (Lc 24,30; Mc 14,22; Mt 26,26) y que sus discípulos repiten sus gestos (1Cor 10,16)...Desde tiempos de la Iglesia primitiva el agua era objeto de bendición especial antes de que se confiriera el bautismo. Los documentos más antiguos con que se cuenta sobre la bendición del agua (bautismal) son originarios de la Iglesia de África, de finales del S II: "Supervenit enim statim Spiritus de caelis et aquis superest, sanctificans eas" (Tertuliano De Bap IV col 1203)."Ne quis durius credat Angelim Dei sanctum aquis in salutem hominis temperandis adesse, cun angelus malus profanum commercium eiusdem elementi in perniciem hominis frequentet" (Ibíd.).De nuevo en la Iglesia africana del S. III se encuentra la mención de este rito: "Oportet ergo mundari et sanctificari aquam prius a sacerdote" (5º Conc. de Cartago; cf Cabrol, Monumenta Ecclesiae liturgica I. p. 2340.2349).El formulario más antiguo con que se cuenta para la bendición del agua es precisamente de la liturgia según las Constituciones Apostólicas (PG I, col 1043): "Mira desde el cielo y santifica esta agua; da le la gracia y el poder; a fin de que quien se bautice con ella según el precepto de tu Cristo sea crucificado con él, muerto, sepultado y resucitado para ser en Él adoptado como tu Hijo, morir al pecado y vivir para la gracia".En el AT el empleo del agua lustral o de purificación ¿eran de origen pagano? En el Éxodo se la prescribe para la unción de Aarón y de sus hijos en Ex 29,4; 30,19-20 (esta última cita es digna de mención: Cuando entren en el tabernáculo de reunión, se lavarán con agua, para que no mueran; y cuando se acerquen al altar para ministrar, para quemar la ofrenda encendida para Jehová, se lavarán las manos y los pies, para que no mueran. Y lo tendrán por estatuto perpetuo él y su descendencia por sus generaciones). También se ordena al pueblo que lave sus vestiduras a fin de santificarse en Ex 19,10.14: "Y el Señor dijo a Moisés: Ve al pueblo, y santifícalos hoy y mañana; y laven sus vestidos".¿Qué decir del bautismo de Juan Bautista (Mc 1,4.8; Mt 3,6.11; Lc 3,16.21).En Números 19,1-22 se ofrecen las reglas de la preparación y el empleo del agua lustral.La mishnáh (Parah) y el Talmud jerosolimitano (Berakhot IV,1; Sota II,1) ofrecen enseñanzas sobre los ritos de la aspersión y el uso del agua lustral. La aspersión que debía realizarla un sacerdote, se hacía dando siete golpes diversos sobre el objeto que se deseaba purificar. El hecho mismo de tomarse el agua pura y hacerla pasar por las cenizas del agua pura era suficiente para su bendición (Num 19,9).
Leer art. completo en http://es.catholic.net/sectasapologeticayconversos/574/2546/articulo.php?id=24839



Y no sabía yo cómo escribir sobre la decepción y el desengaño, que una también lleva sus cosinas por dentro............ y encontré a éste Señor, que lo ha hecho divinamente. No se cómo va ésto de los Copy; os podía haber remitido simplemente a la página , pero es más incómodo y supongo que será lo mismo poniendo todos sus datos. No lo sé.
Merece la pena leerlo.
Cualquiera resucita después de leer ésto.

El Catoblepasnúmero 58 • diciembre 2006 • página 3
http://www.nodulo.org/ec/2006/n058p03.htm

Alfonso Fernández Tresguerres

Breve apología del desengaño

Es obvio (la propia etimología lo indica) el lazo que vincula a la esperanza con la desesperación. No lo es menos el que liga a ambas con la decepción.
Y yo quisiera apuntar en estas líneas el aspecto positivo (y pudiera ser que hasta alegre y gozoso) que adquiere ésta última cuando, dando un paso más allá de sí misma, deja de ser simple decepción y se convierte en desengaño.
[.......] (Texto previo sobre la desesperación. Leer http://www.nodulo.org/ec/2006/n058p03.htm ... y continua.....)

Cada decepción, en cambio, es nueva y única, por más que sea provocada por lo mismo. Y, a diferencia de lo que sucede con la desesperación, cuyo motivo, como decíamos, seguramente se halla siempre en el futuro, el de la decepción se encuentra sólo en el pasado. Espinosa ha reparado en este matiz con pleno acierto:
«La decepción es la tristeza de una cosa pasada que sucedió contra lo esperado» [Ethica, III, af. 17],
y por eso resulta tanto más chocante que en la definición de la desesperación –que recogíamos antes– no deje a ésta limitada al futuro, haciendo del pasado (como entiendo yo que así es, en efecto) el alimento propio de la decepción. Porque podemos, sin duda, desesperar del futuro, y desesperarnos ante lo que no será, o no será conforme a lo que quisiéramos, pero únicamente nos decepciona lo que fue o no fue, o sucedió (como dice Espinosa) en contra de lo que esperábamos.

Resulta, en cambio, completamente absurdo decir que nos sentimos decepcionados por lo que todavía no ha sido o por lo que no será. Y esto coloca a ambos afectos en una relación distinta con la esperanza misma: porque si la desesperación –como decíamos– presupone siempre una esperanza; si el estar desesperado indica, en el fondo, que, de algún modo, se continúa esperando, la decepción, al contrario, sólo se produce cuando nada hay ya que esperar, porque aquello que esperábamos o bien, irremediablemente, no ha sucedido (por lo menos no en esa ocasión dada) o bien ha tenido lugar contrariando nuestras expectativas. La genuina desesperación, que lo es siempre de algo futuro, si es desesperación lo es, precisamente, porque, en el fondo, aún no se ha abandonado plenamente toda esperanza, o si se quiere decir tal vez de forma más precisa, porque, aunque se sepa que ya es inútil cualquier espera, aun no se ha terminado por asumir plenamente que, en efecto, ya no hay nada que esperar.

Vistas así las cosas, es la decepción afecto más despegado de la esperanza, y, seguramente por eso, también disposición anímica más lúcida y menos ingenua que la propia desesperación, porque sólo está desesperado quien, en último término, aún no ha dejado de esperar, y quien, de forma tan ciega como inocente, todavía no ha acabado por comprender que, independientemente de cuáles sean sus deseos, la realidad es, inevitablemente, de una forma determinada y quizá también definitiva.

Por el contrario, la decepción se produce, precisamente, tras tomar conciencia de que la realidad es como es, y si no siempre tal conocimiento se ve acompañado por una aceptación resignada, es indudable, al menos, que conlleva el asumir que, al margen de lo que hubiéramos deseado, las cosas son como son, o han sido como han sido.

Estar decepcionado significa, en definitiva, asumir (no digo aceptar) lo irremediable como irremediable. Y por eso, a diferencia, asimismo, de lo que pudiera llegar a suceder con la desesperación, no es nunca la decepción (no puede serlo) un estado anímico permanente, sino transitorio, por más que, si no continuo, pueda ser continuado, es decir, por mas que, periódicamente, podamos volver a ser decepcionados por lo mismo o por los mismos.
Como quiera que sea, resulta obvio, desde luego, que la decepción se halla íntimamente vinculada a la esperanza, y que ninguna decepción es posible más que allí donde existió una esperanza previa: sólo donde se dio una espera o una confianza (una duda, siquiera) puede brotar una decepción; únicamente quien ha esperado o confiado (o dudado, al menos) puede ser y sentirse decepcionado.

La decepción, pues, nace siempre de una esperanza frustrada, pero al revés de lo que sucede con la desesperación (que no es más que una forma de inútil pataleo), supone, como aspecto esencial, no sólo comprender (como hace la desesperación), sino también asumir que ya no hay más que esperar (por lo menos en este momento y en esta situación dada).

Quien está decepcionado, lo está porque la realidad ha puesto de manifiesto su verdadero rostro y él se ha atrevido a mirarla a la cara. Pero sólo está desesperado quien, paradójicamente, aún no ha perdido la esperanza de que acaso las cosas no sean como son.

Nos decepcionan las cosas o nos decepcionan los otros. La decepción es siempre causada por algo o por alguien. Su objeto es muy concreto. (El de la desesperación, como hemos dicho, en sentido estricto debería serlo igualmente, pero también es verdad que a veces, no digo que siempre, puede ser más vago y difuso, o siquiera ser interpretado como tal.)

Nos decepciona, en definitiva, la realidad: el que algo no haya acontecido conforme a nuestras expectativas o el que alguien haya tenido un comportamiento distinto al que esperábamos.
Más no toda decepción nace de una esperanza frustrada: a veces lo hace también de una esperanza plenamente satisfecha, de una espera que, por fin, se ha realizado, pero cuyo resultado, llegada su consumación, se encuentra muy alejado de las que habían sido nuestras expectativas al respecto. Desde esta óptica, la decepción puede adoptar ahora la forma de hartazgo o hastío, de desencanto –si se quiere–, porque aquello que esperábamos carece del encanto y la magia que habíamos supuesto. Uno, en consecuencia, no sólo se decepciona por lo que no fue, o fue de manera distinta a lo esperado, sino igualmente por lo que ha sido como se deseaba que fuese, pero que, pese a ello, ha resultado insuficiente: lo hemos ansiado, y, ahora que lo tenemos, descubrimos que no merecía la pena tenerlo, que tanto anhelo y tanta espera, se ha resuelto, al fin, en nada o... quién sabe si en algo peor. Podría pensarse, sobre este particular, que también la desesperación puede manar de fuentes similares: uno –se dirá– puede desesperar no sólo por lo que no tiene, sino, asimismo, por aquello que, tras haberlo esperado, tiene al fin. Pero yo creo que en este caso, lo que en rigor ha sucedido una vez más es que la desesperanza consumada se ha resuelto en decepción. En cualquier caso, no es mal consejo aquel viejo dicho oriental, según el cual es preciso tener mucho cuidado con lo que se pide, no vaya a suceder que nos sea concedido.

Más a la decepción, que no es, desde luego, sentimiento gozoso, sólo le resta ir un poco más allá de sí misma para, quizás, acabar siéndolo, o siquiera para tomar un aspecto enteramente positivo: lo hará cuando además de asumir lo irremediable como irremediable, lo acepte como tal, porque entonces la pesadumbre y la tristeza (¿qué duda cabe, en efecto, que la decepción es una forma de tristeza?) habrán dejado paso al puro conocimiento, y la decepción se habrá trocado en desengaño, esto es, en dejar de vivir en el engaño para comenzar a hacerlo des-engañado.

Ni la desesperación ni la decepción llegan a tanto. Porque si nuestras pesquisas son correctas, tenemos que en la primera, referida, en sentido estricto, al futuro, aun cuando se haya alcanzado la comprensión de que resulta vano esperar, y alcanzado, por tanto, el conocimiento de que es inútil confiar en que vayan a cumplirse nuestros anhelos, todavía no se ha llegado, sin embargo, a asumir el hecho como tal, y menos aún se ha acabado por aceptar el fracaso como fracaso, y por eso, como decíamos (y aunque pueda resultar paradójico), quien desespera es porque, en el fondo, no ha dejado de esperar, porque continúa, irracionalmente, esperando, y por eso la desesperación es, en este sentido, una forma de continuar engañado y engañándose.

Y si la decepción, que lo es siempre de algo pasado, asume, no obstante, que las cosas no hayan sucedido conforme a lo que se esperaba, siendo, por ello, afecto más sereno y racional que la desesperación, no por fuerza conlleva, al mismo tiempo, la plena aceptación de la realidad, y es por eso, con frecuencia, una forma de tristeza que no resulta incompatible con el continuar esperando, incluso erróneamente, lo mismo en el futuro.


Sólo el desengaño supone el comprender, asumir y aceptar, tanto en lo que fue como en lo porvenir, que las cosas son como son y serán como son; y sólo con él, en consecuencia, abandonamos definitivamente toda esperanza infundada y el resquemor que la frustración provoca, para arribar desde el engaño a la lucidez.

Más la superación del engaño, nos coloca siempre por encima de la realidad que nos ha negado su gracia o por encima de quien ha sido para nosotros motivo de dolor, y nos presta la lucidez suficiente para no creer más en cantos de sirenas ni ser víctimas de los espejismos provocados por las vanas esperanzas que nosotros abrigamos o nos hacen abrigar:

«cuanto más nos esforzamos –escribe Espinosa– en vivir bajo la guía de la razón, más nos esforzamos en depender menos de la esperanza y librarnos del miedo, y en dominar, en cuanto podemos, a la fortuna, y en dirigir nuestras acciones con el consejo seguro de la razón» [Ethica, IV, 47, es.].
Y es que el des-engaño, digámoslo de una vez, no es únicamente una manifestación de lucidez, sino asimismo de sabiduría y racionalidad, y por eso (no ocultaré mi filiación espinosista a este respecto) a menudo resulta gozoso y placentero, y es, incluso, una forma de felicidad.


Porque acaso no exista otra felicidad que la generada por la serena aceptación surgida del comprender que casi nada tiene la importancia que le atribuimos; que, como dice Marco Aurelio:

«Todo es efímero: el recuerdo y la cosa recordada» [IV, 35].
Y también, podríamos añadir nosotros, el deseo y lo que se desea; la esperanza y la cosa esperada:

«Todo es lo mismo» [IX, 14].

© 2006 www.nodulo.org
http://www.nodulo.org/ec/2006/n058p03.htm

*************************************************************************
¡Eso!. ¡Que no más cantos de sirenas!. ¡Que ya va bien!.Hay cosas que duelen.....Pena......

Y es que nada hay tan difícil como cerrar por amor la mano abierta y avergonzarse de su generosidad.
Friedrich Nietzsche

Un poco de agua bendita... (y no hace falta el hisopo: utensilio consistente en una bola agujereada con mango que sirve de aspersorio para el agua bendita, que con una ramita de laurel también nos vale), y a bendecirnos todos para aliviarnos de las amistades que no son tales.